Barcelona es una ciudad vibrante y en constante renovación. Su afán por el cambio, la transformación y el rejuvenecimiento la han llevado a convertirse en la urbe que conocemos hoy en día.
El edificio más alto que conoció la ciudad hasta 1931 era la Catedral Gótica de Santa Eulalia, de 90m de altura. ¿Qué sucedió en 1931 para que ese hecho cambiase? Las corrientes europeas inundaban nuestro país, y Barcelona estaba en la línea de fuego. La exposición Universal de 1888 constituyó una expansión económico-social y por supuesto urbanística, artística y arquitectónica. Se remodelaron parques, se abrieron avenidas, paseos y sin duda lo más revolucionario, se dotó de iluminación eléctrica al recinto de la exposición, y así también a la Rambla y al recién estrenado paseo de Colón.
Apenas 40 años más tarde, aterrizaban en la ciudad corrientes racionalistas de la mano de arquitectos como Ludwig Mies van der Rohe, Le Corbusier o Walter Gropius. La Exposición Universal de 1929 nuevamente forzó a los habitantes de Barcelona a salir de su zona de confort, a mirarse en el reflejo de otras ciudades y a dar otro gran paso en el ámbito de las comunicaciones, mejoras de espacio público y en definitiva también urbano. En Barcelona el GATCPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) lideraría estas nuevas corrientes en la ciudad y es en este contexto en el que se erige la Torre Jaime I (107m). Carles Buïgas diseñaría un mirador sobre la ciudad que en la actualidad sigue comunicando Montjuic con el puerto de Barcelona y que superaría la altura de la Catedral de Barcelona.
Un antes y un después marcaría el año 1992 para la ciudad. Las Olimpiadas de Barcelona remodelarían la metrópoli por completo. Los que todavía hoy constan como los edificios más altos de Barcelona, la Torre Mapfre y el Hotel Arts (154m), datan precisamente de esa época, en la que se construyeron muchos otros en aras de modernización de la infraestructura de servicios.
Arañando las Nubes
¿Qué tienen en común el hotel Porta Fira, el hotel Meliá Barcelona Sky y el hotel Barcelona Princess? No es la ubicación, el color, ni su forma… Efectivamente: su altura.
El Hotel Porta Fira es el quinto edificio más alto del área metropolitana de Barcelona. Consta de dos torres, en un primer vistazo totalmente diferentes pero que establecen un sutil diálogo entre sí, una parece ser sección de la otra, antagónicas y a la vez, complementarias. La planta de la primera torre crece y rota hasta llegar a la parte superior en la que se abre como una flor; la segunda también gira sobre sí misma en su interior, reflejo de su homónima, aunque aparece ante nuestros ojos como un prisma puro en su fachada.
El hotel Meliá Barcelona Sky del arquitecto Dominique Perrault es el segundo hotel más alto de Barcelona (120 metros de altura). El proyecto está formado por tres volúmenes que dialogan. Cuenta con una base horizontal con un programa de actividades públicas que representa a la Barcelona horizontal, estableciendo una relación con la ciudad. Por otra parte, la torre despliega un gran voladizo de 20 metros, en el que se encuentran las zonas privadas del hotel, evocando la ciudad vertical.
El hotel Barcelona Princess está formado por dos torres muy esbeltas y que logran una gran verticalidad. Ambos edificios se unen mediante un puente con paredes y pavimentos de vidrio. Tusquets abordó el diseño con la intención de hacer que la gente sintiera Barcelona desde el interior de éste. Al mismo tiempo, de manera inversa, conseguirá que en la calle se viva el diseño, pues la gran franja vertical que separa ambos edificios arrojará una estela de luz solar sobre el pavimento de la Diagonal Mar.
Árbol arquitectónico
En algunos casos la arquitectura se convierte en escultura, ofreciendo una fuerte plasticidad y presencia orgánica y sin duda la Sede de Telefónica de EMBA, Enric Massip- Bosch es un claro ejemplo. Su piel exterior se ramifica como un gran árbol blanco, permitiendo la penetración de la luz en el interior. Esta membrana está formada por una estructura metálica blanca entramada mediante el sistema “tube in tube “, un doble sistema tubular vertical. Las 24 plantas y 110 metros de altura que forman la torre se ubican en el origen de la Diagonal logrando una visión de la ciudad y de la costa. El edificio presenta una doble escala, lejana y cercana. La forma externa sirve a la ciudad; las formas internas y el gran atrio de 30m de altura en planta baja y a través de la permeabilidad de la fachada, a la escala cercana. Con ello la torre participa y hace participar a la actividad ciudadana.
Espirales sin fin
Las oficinas para la multinacional española de cosméticos y perfumes Puig, diseñados por Rafael Moneo y GCA Arquitectos destacan por la arquitectura vanguardista y el fuerte compromiso con el medioambiente. La torre Puig exhibe una geometría pura de prisma atravesada por una cobertura en espiral de vidrio. La piel de vidrio trabaja como un filtro que aísla al edificio y logra mejorar el comportamiento energético de la fachada. Aunque cuenta con 114 metros de altura, la torre evoca a un crecimiento continuo, a una torre sin fin, debido a la envolvente en forma de espiral ascendente, compuesta por tiras diagonales inclinadas a 15 grados. Es percibida como un volumen esbelto unitario y logra transmitir ligereza y neutralidad.
El barrio tecnológico de Barcelona
Un nuevo concepto de ciudad surge en el año 2000 cuando se crea el Distrito 22@; 200 hectáreas de suelo industrial se convirtieron en un espacio innovador, en el que se han establecido más de 4.500 nuevas empresas en torno a sectores de las telecomunicaciones, energía o tecnologías médicas. En este último ámbito se encuentra el conjunto sede que el equipo de Mizien diseñó para Gaes en el 2008, que emana tecnología y sofisticación. Una piel de vidrio enlaza un nuevo edificio que se integra con los dos existentes y recoge una plaza exterior, creando un pequeño juego de llenos y vacíos que dinamiza el espacio público adyacente. Esta piel soluciona varios problemas al mismo tiempo: define la esquina de la calle, es ventilable y flexible y protege de la luz solar de oeste mediante su color verde que reduce la radiación al 30%. La fachada además incorpora control domótico para adaptar la apertura de sus lamas a la posición del sol.
La transición urbanística, los edificios inteligentes y la flexibilidad, tanto funcional como material, viene marcada por la nueva forma de entender la habitabilidad y crecimiento de la ciudad. En definitiva, Barcelona, un gran laboratorio que se construye a sí mismo a prueba de ensayo y error. Indiscutiblemente, el cielo cada vez lo tiene más cerca.